viernes, 12 de marzo de 2010

De la risa abierta a la profunda tristeza...

La playa de los ahogados. Domingo Villar. Siruela
Para Juán y 8

Pocos libros consiguen arrancar auténticas carcajadas...ese tipo de risa sana, que no se puede reprimir, da igual dónde estés entregado a su lectura: la intimidad de tu casa, el entorno de la naturaleza, en pleno centro de Madrid mientras esperas a alguien...es esa risa que te atrapa como una telaraña y no te deja escapar, y es entonces cuando todos los ojos anónimos, cargados de estrés de ciudad, se posan en tu risa prohibida en la cuidad de los ruidos y sus caras, también anónimas se crispan en incredulidad, pero da igual, Leo Caldas y Estévez, se enzarzan de nuevo en sus diálogos de lo absurdo, y el mundo, el resto, la ciudad, ya no existen...

Si además, el escenario de estas páginas transcurre en todos aquellos lugares que te han robado desde siempre un trocito de alma, aquellos lugares que conoces como la palma de tu mano, de tu Galicia mágica, entre las gentes que la hacen aún más mágica y entrañable, entonces ya no necesitas ningún ingrediente más para la inmersión en esta playa tan oscura y tan enredada como la Galicia profunda...

Pero mientras ríes, como siempre pasa entre estas gentes, hay un capítulo oscuro y soterrado que se está escribiendo en una dimensión paralela, que poco a poco va emergiendo a la superficie y se va expandiendo en tu realidad, tiñiendo todas las páginas de sentimientos humanos tan simples y complicados como la soledad, el amor, el dolor de las pérdidas, las relaciones, la amistad, la mentira, la muerte y la vida...y sin darte cuenta ya estás atrapado en una atmósfera de bruma al amanecer con olor a mar, de rostros surcados por la profundidad de los océanos, por secretos oscuros e inconfesables que nunca verán la luz, por fantasmas y espectros que vagan en esa bruma, tan reales como la vida misma...y entonces comprendes por fin, que si...que estás en Galicia...y que no quieres salir jamás...y te dejas envolver...con agarimo, te dejas arropar por el sonido del mar

Gracias Domingo Villar